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El cobarde pone flores en la tumba del valiente

No recuerdo bajo qué contexto, pero una vez, hace ya un par de años, mi tío, un hombre que considero sabio en muchos aspectos, me dijo estas palabras: "el cobarde pone flores en la tumba del valiente". Lo que quería decir, para aquellos que tal vez no hayan entendido la frase, es que una retirada a tiempo es una victoria, que no hay nada más importante que preservar y defender la vida de uno a toda costa. Vivir es siempre la victoria.


Según mi tío, en esta frase aparece el cobarde como el vencedor; mientras, el valiente es humillado por este y por la Muerte, recibiendo flores de aquello que siempre buscó evitar y que, al final, no sólo no le ha servido de nada, sino que lo ha superado en vida y se ha cobrado la suya. Recuerdo que, cuando escuché la frase, pensé "lleva razón". Por supuesto, para mí tenía todo el sentido del mundo porque en ese entonces sólo podía ver dos conceptos enfrentados: la vida y la muerte (y, naturalmente, uno debe inclinarse de manera natural por la vida). Sin embargo, con el tiempo, esta frase ha cambiado de significado para mí: se ha convertido en todo lo contrario. Intenté dar con algo similar que pudiera ilustrar mi nuevo pensamiento, otra frase similar con una nueva connotación, pero me di cuenta de que no era necesario. Leamos de nuevo la frase: "el Cobarde pone flores en la tumba del Valiente".


¿Cómo iba a ser el Cobarde el único vencedor de esta hipotética situación ,cuando precisamente lo único que sabemos de él es que es un cobarde? Cuando deje sus flores en la tumba, volverá a su casa como un cobarde -no en actitud de cobarde, sino en esencia de cobarde: siendo un cobarde-. Y, ¿qué hay del Valiente? Mientras que del Cobarde sólo sabemos que no es valiente (por eso, presupone la expresión, sigue con vida), la muerte del Valiente se nos presenta, indirectamente, como una hazaña, como una muerte digna de una acción de heroísmo y, valga la redundancia, valentía. Esta hazaña no es sino un acto de honor y fe a un ideal mayor que uno mismo, una causa mayor y más grande que el propio Valiente.


Además, esta frase pasa por alto algo muy importante: en esencia, los roles de ambos personajes están invertidos. El Cobarde vive mientras que el Valiente muere; sin embargo, el Valiente ha alcanzado una inmortalidad que el Cobarde no llegará a conocer jamás. El Valiente ha alcanzado la inmortalidad de ser valiente, como valiente, y la historia será la lápida en la que quede grabado su nombre. El Cobarde vive como cobarde, morirá como cobarde y, si es recordado tras de muerto, será recordado sólo por unos pocos durante poco tiempo, siempre como cobarde. El Cobarde pone flores en la tumba del Valiente porque al Cobarde le gustaría ser el Valiente, pero no puede porque no es capaz, porque nació como cobarde, vive como cobarde y morirá siempre como cobarde, siguiendo la lógica intrínseca de la frase.


Tal vez el Valiente no fue siempre un valiente. Tal vez el Valiente fuera un cobarde hasta el mismísimo momento de su muerte. Eso es lo que diferencia al cobarde que muere cobarde del cobarde que muere valiente: que el segundo descubrió que no sólo se trata de elegir entre la vida y la muerte, como lo hiciera yo la primera vez que escuché esa frase, sino de elegir cómo uno quiere ser recordado, cómo uno quiere alcanzar la inmortalidad en la Tierra, en la gente, en la Historia. El Valiente murió valiente porque no tuvo miedo a ser un valiente, ni a darlo todo para serlo para siempre.


"Der Sieger" (El Victorioso), Wilhelm Wandschneider (1907).

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