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Paris de Troya y la Caída del Honor

En el VI Canto de la Ilíada de Homero, Menelao se enfrenta a Paris en un duelo a muerte. Justamente, Menelao vence al príncipe troyano y se dispone a darle muerte, como es común en estos duelos. Sin embargo, Afrodita, diosa protectora de Paris (por haberle entregado la manzana dorada de la Discordia “a la más hermosa”, τῇ καλλίστῃ, durante el famoso juicio), acude en su ayuda y lo salva antes de que Menelao lo mate. Esta lo levanta del suelo y, volando sobre el campo de batalla, cura sus heridas y lo deposita en su lecho. Allí despierta, sano y salvo, junto a su esposa Helena. Siguiendo el código del honor clásico, Paris ha perdido por completo el suyo: cuando debiera haber muerto en combate, ha sido salvado (sin él haberlo pedido) y devuelto a la tranquilidad del hogar en lugar de ser enviado de nuevo a la batalla.


Ahora bien, siendo del todo consciente de que ha visto mermado su honor, ¿qué hace Paris? ¿Se lamenta? ¿Llora? ¿Culmina su heroica historia y existencia suicidándose, intentando (tal vez en vano) recuperar la gloria perdida en el campo de batalla? No. Al contrario que Ajax el Grande, que no dudó un sólo segundo en atravesar su pecho con su propia espada al descubrir que Atenea le había engañado, haciéndole creer que asesinaba a miles de troyanos cuando, en verdad, sólo descuartizaba una y otra vez a una manada de cerdos y vacas, Paris decide que es un buen momento para hacerle el amor a su esposa Helena. Una vez termina el acto, Paris asegura que es tremendamente feliz. En su corazón, ha muerto el honor del héroe clásico en el mismísimo momento en el que eyaculaba (y no será el último, pues se encuentra a la cabeza de una larga lista de “héroes” griegos que van a ir perdiendo uno por uno su concepto de honor y heroicidad). La situación de Paris (que no su elección) nos plantea la interrogante de cómo se actúa cuando se ha perdido el honor. Encontramos en este fragmento de la Ilíada tres personajes que sirven perfectamente de alegoría para tres conceptos: Paris representa al héroe y su honor (es decir, Paris seríamos nosotros y nuestro honor), Afrodita es la pérdida involuntaria del honor y Helena es la pérdida voluntaria del honor.


Nosotros, como héroes, no podemos tener un control absoluto sobre nuestro honor: si bien podemos hacer todo lo posible para preservarlo, el destino nos pondrá a prueba para comprobar si somos merecedores dignos de ese honor que llevamos con nosotros; aquí entra en juego Afrodita. Si la historia hubiera seguido su curso natural, Paris habría muerto a manos de Menelao, habría tenido un funeral con honores junto a sus armas y compañeros, habría sido llorado por los suyos y la guerra habría seguido su curso, cobrándose a un mártir más. Pero Afrodita, superada por sus emociones, decide salvarlo. Como hemos dicho, la diosa del amor representa la pérdida involuntaria del honor (ya que Paris no le pide socorro). Una vez en su lecho, Paris se encuentra junto a Helena. Es entonces cuando tiene lugar la interrogante: ¿Qué hacer con el honor?


Este no es el único ejemplo de pérdida involuntaria del honor. Véase el Cid Campeador, que precisamente actúa de forma opuesta a Paris y lucha sin descanso para recuperar su honor (regalándonos en el proceso la obra maestra de la literatura medieval castellana). ¿Qué habría sido del Cid si, exhausto y derrotado, hubiera desistido de su honor en el primer verso del Cantar? Ni siquiera sería Cid, ni Campeador, ni nadie. Habría sido un tal Rodrigo Díaz de Vivar que dedicaría el resto de su vida a mendigar por la meseta contando la historia de cómo dejó de ser el gran hombre que era y del hombre aún mayor que podría haber llegado a ser.


La historia de Paris no debe decepcionarnos, sino impulsarnos a no caer en la tentación. Tal vez Paris no habría necesitado suicidarse, pero, ¿no podía acaso renegar de su divina salvación y volver al campo de batalla? ¿No podría haber compensado el error de su protectora con un justo sacrificio de aqueos? Si bien la ética clásica apuesta por el suicidio sin pensar, actualmente tenemos otras formas (mejores que el suicidio, a mi parecer) de recuperar nuestro honor. Del mismo modo que el Cid no habría sido nada de no haber luchado por su honor, aún menos sería si, solo ser expulsado de la corte, se hubiera atravesado el tórax con su espada.


Podemos hacer una lectura aún más literal de esta historia. En el caso de Paris, es el deseo carnal el que le arrebata el honor: primero, Afrodita (diosa del sexo y el amor) le saca del campo de batalla y le cura; luego, Helena (la que es su esposa precisamente por ser la mujer más bella del mundo) accede a hacerle el amor. Que no se entienda esto como un misógino intento de victimizar a Paris, pues él es el principal culpable de la pérdida de su honor, sino como un ejemplo de cómo la tentación y el libido nos suponen impedimentos para mantener nuestra honra. Ya no sólo el libido, sino los deseos sensuales, pasionales o de cualquier otro tipo contra los que debemos luchar en caso de que se ponga en juego nuestro honor.


Uno nunca (o casi nunca) pierde el honor sin remedio, pero es nuestra elección ser un Paris o ser un Cid.

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